Cómo funciona la mente humana

Cómo funciona la mente humana

Vivimos en un entorno complejo donde ocurren multitud de fenómenos que generan gran cantidad de información, esto hace necesario un mecanismo mental que la organice para construir una explicación coherente del mismo. Ante esta situación, la cuestión que se plantea es: ¿cómo ordena la mente toda la información que percibimos del entorno para crear una representación mental de este y darnos una explicación coherente de lo que ocurre a nuestro alrededor? Sigue leyendo este artículo de Psicología-Online para saber cómo funciona la mente humana.

Cómo organiza la mente la información del entorno

Como cualquier sistema de procesamiento, nuestra mente recurre a una serie de instrucciones que configuran una especie de “programa mental” que dirige todo el proceso, organizando la información percibida por los órganos sensoriales para crear una explicación del mundo que nos rodea.

Por otra parte, desde el punto de vista psicológico, la teoría constructivista afirma que los sentidos nos aportan información de la realidad, pero esta es demasiado caótica para nuestro cerebro, por lo que este tiene que estructurarla y organizarla. A continuación iremos desgranando este programa mental para entender cómo funciona la mente humana con ejemplos.

Estructura del programa mental

El programa mental está formado por dos tipos de instrucciones:

  • Innatas: están insertadas en determinadas estructuras cerebrales involucradas en el procesamiento de la información y son comunes a todas las personas.
  • Adquiridas: emanan de la esfera social y dependen del contexto socio-económico-cultural del momento y de la autoridad que los establece. Evalúan, ordenan y clasifican la información recibida del entorno.

El conjunto de estas instrucciones, si son consistentes, permiten que el resultado obtenido de procesar nuestro cerebro la información percibida del entorno sea coherente (la coherencia es un mecanismo que asocia la información que incorporan los estímulos que perciben nuestros sentidos a la que ya está almacenada en otras tramas neuronales preexistentes). El programa mental “ve” secuencias en los datos que percibe y que coinciden con las almacenadas en la memoria y va desarrollando lentamente reglas que las relacionan.

Este mecanismo impide que se acepte cualquier resultado para explicar el acontecimiento, limitándolos a los que sean coherentes y, además, evita la tensión psicológica de las incongruencias cognitivas (disonancia cognitiva, autoengaño, mecanismo de represión de recuerdos desagradables y traumáticos, etc.).

Instrucciones innatas

Los neurocientíficos Andrew Newberg y Eugene D’Aquili señalan que existen estructuras neurales (red de tejidos nerviosos que realizan funciones específicas) a las que llaman operadores cognitivos que, actuando simultáneamente, proceden como algoritmos para ordenar la percepción de la realidad (cuando se activa un operador, entran en acción diversas áreas cerebrales alejadas entre sí). Constituyen el eje central de las funciones analíticas del cerebro y surgen de las estructuras cerebrales (suponen el impulso biológicamente determinado hacia el orden y el sentido y dependen de la dotación genética y de su desarrollo durante las primeras etapas de la vida). Según estos autores existen los siguientes operadores:

  1. El operador holístico nos permite ver el mundo como un todo. Merced al mismo, a partir de un conjunto de hojas, ramas y troncos, reconocemos un bosque. El operador holístico se debe a la actividad del lóbulo temporal del hemisferio derecho. En el siguiente artículo, puedes ver más información sobre las funciones de los hemisferios cerebrales derecho e izquierdo.
  2. El operador reduccionista trabaja en el sentido contrario del operador holístico. Representa la capacidad analítica. Con su ayuda dividimos, el todo en partes. Radica en el hemisferio izquierdo.
  3. El operador abstractivo extrae conceptos generales a partir de circunstancias individuales. Así, por ejemplo, permite ordenar a un pastor alemán, un bulldog y un caniche bajo la categoría "perros". Esta función radica principalmente en el lóbulo temporal izquierdo.
  4. El operador cuantitativo es la mente calculadora, aprecia tamaños, cantidades, tiempos o distancias y lleva a cabo cálculos matemáticos.
  5. El operador causal interpreta la realidad como una cadena de causas y efectos. El operador causal estimula nuestra curiosidad y nos motiva a descifrar los secretos del mundo que nos rodea. Gracias a este operador encontramos soluciones no solo para acontecimientos comprobables empíricamente, sino también para hallar una relación causa-efecto en todo tipo de fenómenos, sin excluir los misterios metafísicos como el surgimiento del cosmos o el sentido de la muerte.
  6. El operador binario introduce orden en el mundo y nos ayuda a dar un sentido a los distintos fenómenos que acontecen nuestro entorno. Ayuda a nuestra capacidad imaginativa a reducir situaciones complejas a simples pares contrarios: arriba y abajo, izquierda y derecha, dentro y fuera o delante y detrás. Este pensamiento binario proporciona datos rápidos y simples que sirven para orientarnos. El operador binario se localiza neurológicamente en la zona inferior del lóbulo temporal.
  7. El operador emocional asigna los valores emocionales a cada elemento de la percepción y del conocimiento. Este operador preside también nuestro mundo intencional, anuda todos estos contenidos perceptivos con sentimientos y emociones.

Instrucciones adquiridas

Los operadores cognitivos constituyen una primera línea de ordenación de los estímulos percibidos del entorno, pero no tienen la capacidad para ofrecer una explicación más específica. Hay que tener en cuenta que la sociedad humana es muy compleja en muchos aspectos y requiere una mayor profundidad y precisión en la explicación de los sucesos que tienen lugar en nuestro entorno.

Para resolver esta situación, la mente necesita unas instrucciones concretas más acordes a las situaciones reales del momento que le ayuden a organizar la información percibida. Estas instrucciones (códigos normativos, sistema de valores, creencias y tradiciones históricas, modas) emanan de organismos sociales y se integran en las áreas de los sistemas cognitivo y emocional en donde se procesa la información percibida de un suceso para darle un significado y una valoración.

Las instrucciones adquiridas forman un conjunto amplio y de gran diversidad y no son idénticas en todas las personas, pero sí tienen en común los principios de los que se nutren. Estos principios sirven de referencia para interpretar y valorar los distintos escenarios por los que transcurre nuestra vida cotidiana, y entre los más relevantes están:

1. Principio beneficio-perjuicio

Sirve de referencia para calificar una gran variedad de situaciones como beneficiosas y aceptables, o perjudiciales y rechazables. Este principio nos incita a evaluar los peligros, riesgos y perjuicios de cualquier tipo (esfuerzo físico, tiempo empleado, dilemas morales, coste económico, renuncias personales, cumplimiento de normas jurídicas y tradiciones, posibilidad de conflictos familiares, laborales o sociales, etc.) y compararlos con los beneficios que aporta la situación. Una consideración a este principio es que, debido a que las personas suelen vivir en grupo, admite una distinción entre “lo que es bueno o malo para mí” y “lo que es bueno o malo para el otro”.

2. Principio de relatividad

En base a este principio, organizamos, clasificamos y valoramos los elementos y sucesos del entorno: grande, pequeño, bueno, malo, útil, inútil; y también a las personas con las que nos relacionamos: hábil, orgulloso, criminal, sabio, etc. Para ello, se recurre a la estrategia de relacionar y comparar unos elementos con otros y unos sucesos con otros, de forma que un elemento adopta un valor al compararlo con otro elemento, pues ninguno tiene un valor concreto por sí mismo. Algo es grande o pequeño, alto o bajo, dulce o salado dependiendo de con qué se compare. Igualmente, nadie es absolutamente inteligente, rico, alto, honrado, etc., sino que lo es en comparación con un modelo tipo para cada característica (lo que llamamos arquetipo).

3. Principio de interrelación entre el sistema emocional y el cognitivo

Ambos sistemas suelen actuar de forma conjunta, aunque unas veces actúa el sistema emocional en primer lugar y otras el cognitivo, dependiendo de las circunstancias. Cuando la emoción, que por su naturaleza es rápida y ambigua, se erige en la fuerza “calificadora” dominante, impide o dificulta en un primer momento el paso al razonamiento y la reflexión (y con ello a la sensatez) dejándolos en segundo lugar.

Si posteriormente interviene la razón (unos milisegundos después), cuida de que la interpretación promovida por la emoción tenga lugar dentro de los límites "razonables" y no resulte perjudicial, analizando los posibles resultados y sus consecuencias (proyección temporal de la acción). Pero en ocasiones, este control de la razón no tiene la suficiente fuerza y cede ante el dictado de la emoción. El problema puede surgir cuando los dos sistemas aportan calificaciones opuestas, es decir, no se corresponde la emoción que sentimos ante un suceso con el razonamiento efectuado para interpretarlo. La pugna entre ambas opciones puede derivar, si es persistente, en un trastorno mental.

4. Principio de contingencia

Nuestras acciones forman parte de las cadenas causales que conducen a un resultado esperado, pero puede ocurrir que, debido a diversas causas, este resultado no suceda y tenga lugar otro no previsto. Por esta razón, las expectativas de que ocurran determinados sucesos debemos considerarlas como posibilidades que tendrán más o menos probabilidad de ocurrir. Este principio nos lleva a una cuestión importante: la distinción entre la posibilidad de que tenga lugar un suceso y la probabilidad de que éste ocurra en realidad. Un suceso puede ser posible pero poco probable (el miedo, por ejemplo, nos hace ver muy probable un suceso que, aunque posible, sería poco probable que se diera).

5. Principio de afinidad

La vida tiende a formar agrupaciones (de simples células se llega a organismos complejos), y en los grupos humanos ocurre algo parecido, la soledad no es lo natural, pues la supervivencia es más factible en grupos, y estos se forman en virtud del principio de afinidad (los criterios de afinidad más habituales son: la apariencia física, creencias, tradiciones, deseos, aficiones, intereses, etc.). A pesar de las diferencias individuales, la necesidad de la convivencia induce a la creación de grupos afines en el que cada persona contribuye de una forma concreta (una función) al equilibrio y supervivencia del mismo.

En este principio actúan dos tipos de fuerzas “mentales”: unas de atracción que incitan a la relación con otras personas, y otras que tiende al rechazo de las mismas. Si las primeras predominan sobre las segundas la relación será estable y fructífera; pero si lo hacen las de rechazo o indiferencia, la relación tenderá a desaparecer o convertirse en “tóxica”.

Por último, la cuestión fundamental sobre estas instrucciones, dado que son creadas por grupos y entidades sociales, es designar quién decide cuáles son las instrucciones que deben seguirse en cada asunto o situación y los límites que deben imponerse. Normalmente suelen crearse por una autoridad local o nacional, un grupo de expertos, organismos internacionales, etc. Su labor será decidir a qué referencias debemos acogernos para evaluar y calificar los acontecimientos cotidianos que nos afectan. Se trata de definir qué es lo bueno y qué es lo malo, lo justo o injusto, lo aceptable o inaceptable, lo correcto o incorrecto.

Este artículo es meramente informativo, en Psicología-Online no tenemos facultad para hacer un diagnóstico ni recomendar un tratamiento. Te invitamos a acudir a un psicólogo para que trate tu caso en particular.

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Consejos
  • Las fuentes habituales de información para esta labor son: la religión, la filosofía, la tradición histórica y las ideologías. De ellas se extraen las ideas, los objetivos, las motivaciones y los valores (libertad, solidaridad, seguridad, igualdad, respeto, compromiso, etc.) que servirán de guía par
Bibliografía
  • D’Aquili, E., & Newberg, A. B. (1999). The Mystical Mind: Probing the Biology of Religious Experience (Theology and the Sciences). Minneapolis: Augsburg Fortress.