Los miedos en la infancia y la adolescencia y su relación con la autoestima

Los miedos en la infancia y la adolescencia y su relación con la autoestima

El miedo constituye unsistema de alarma primitivo que permite al niño evitar situaciones que pueden llegar a ser potencialmente peligrosas. Son fenómenos normales, adaptativos y frecuentes (Caballo, 2005), especialmente comunes en la infancia y adolescencia. Es una emoción que se experimenta a lo largo de la vida, aunque las situaciones temidas varían con la edad. El desarrollo biológico, psicológico y social, propio de las diferentes etapas evolutivas, explica la disminución o abandono de unos miedos y la aparición de otros nuevos para poder adaptarse a las demandas cambiantes que exige el medio (Pelechano, 1981).

Sin embargo, en algunos niños y adolescentes, los miedos pueden convertirse en crónicos debido al condicionamiento, modelado e información negativa (Báguena y Chisbert, 1998). En Psicología Online te dejamos un completo estudio sobre los miedos en la infancia y adolescencia y su relación con la autoestima.

Por qué tenemos miedo en la adolescencia

Desde una perspectiva evolutiva (Echeburúa, 1993), los miedos son respuestas universales e instintivas, sin previo aprendizaje. De acuerdo con Marks (1991), los bebés no suelen experimentar miedo antes de los 6 meses de vida. Es a partir de esta edad cuando empiezan a expresar miedos evolutivos importantes, como los miedos a las alturas, los extraños y la separación Sin embargo, la universalidad y el carácter instintivo de estos temores están siendo cuestionados, ya que situaciones como el temor a las personas extrañas, que aparece en torno a los 6-8 meses de edad, está modulado por la experiencia.

El miedo tiende a aparecer con menor frecuencia si el contacto con la persona extraña se realiza de manera gradual y no es de corta duración. De igual manera, si el desconocido es una mujer o un niño, el temor suele ser también menor (Toro, 1986). También se han comprobado diferencias en los miedos cuando los padres de los menores se separan (Orgilés, Méndez, Espada y García Fernández, 2008) expresando mayores temores escolares que los niños con padres no separados, lo que avalaría la teoría del aprendizaje y adquisición de los miedos por cambios en los estilos educativos paternos.

El miedo no es fobia ni ansiedad

El concepto de miedo lo debemos diferenciar de otros similares y que, con frecuencia, son utilizados, erróneamente, como sinónimos : la ansiedad y las fobias. Si tratamos de diferenciar la ansiedad del miedo, podemos decir que, en el caso de la ansiedad, las causas del malestar son difíciles de identificar, mientras que en el caso del miedo está bastante claro que lo que causa la reacción psicofisiológica, motora y/o cognitiva en el niño es el estímulo al que teme. De igual manera, la ansiedad no tiene un comienzo ni un fin determinado, así como no desaparece cuando no está presente aquello que origina su ansiedad, circunstancias que no suceden en los miedos.

Por lo que respecta a las fobias, en éstas aparece una respuesta desproporcionada en relación al estímulo, que en un principio no constituye una amenaza objetiva para el niño, y una respuesta desadaptada, ya que es de tal intensidad la respuesta que repercute negativamente en su rendimiento académico, su relación con la familia, en su desarrollo personal..., mientras que los miedos son adaptativos y congruentes a la peligrosidad del estímulo. Lo que es evidente es que los miedos intensos que ocurren durante la infancia o durante la adolescencia, pueden derivar en fobias, o en otros problemas de ansiedad, durante la edad adulta (Valiente, Sandín y Chorot, 2002a).

A pesar de que los temores se encuentran presentas en la gran mayoría de los niños, las fobias evaluadas como clínicamente significativas, parecen estar presentes en tan sólo el 3,5% de los niños y adolescentes (McCabe, Antony y Ollendick, 2005)

La prevalencia de los miedos, habitualmente, se ha estudiado calculando el número total de miedos que experimenta una población dada de niños o de adolescentes, obteniéndose resultados dispares dependiendo del estudio, oscilando el número de miedos entre 14 (Ollendick et al., 1989) y 22,48 (Shore y Rapport, 1998). Por otro lado, la intensidad de los miedos se ha obtenido en los estudios calculando el nivel global de miedo o en cada una de las dimensiones del FSSC-R, obteniéndose resultados similares que con la prevalencia.

Diferentes tipos de miedo dependiendo del sujeto en cuestión

Si analizamos las diferencias en cuanto al sexo de los evaluados, la mayoría de estudios indican que la prevalencia e intensidad es mayor en el sexo femenino que en el masculino (Valiente, Sandín, Chorot y Tabar, 2002c; Caballo et al, 2006; Valdez et al., 2010), tanto para edades infantiles como adolescentes, siendo especialmente significativas estas diferencias en miedos a animales pequeños.

Por otra parte, si analizamos las diferencias en la prevalencia e intensidad de los miedos según la edad, las investigaciones basadas en el FSSC-R indican que ésta tiende a disminuir a medida que pasan los años (Shore et al, 1998; Valiente, Sandín, Chorot y Tabar, 2003; González, 2005; Caballo et al, 2006), lo que es coherente con las teorías que afirman que los miedos normativos tienden a decrecer conforme los niños van creciendo, considerándose fenómenos transitorios que se asocian al desarrollo, contrastando con las fobias ( Sandín, 1997) , si bien existen diferencias dependiendo del tipo de miedo.

De esta forma (Méndez, 1999), los adolescentes obtienen en los tests puntuaciones medias más bajas que las que consiguen los menores en edad infantil. No obstante, cabe destacar que se aprecia una ligera subida en la pre-adolescencia, con puntuaciones ligeramente mayores que en niños más pequeños. En líneas generales, podemos afirmar que, con el paso de los años, la naturaleza de los temores infantiles evoluciona de miedos físicos (ruidos fuertes, oscuridad, animales, daño físico...) a miedos sociales (miedo al fracaso y a la crítica, miedos escolares...).

Respecto a estos, parece que existe un temor social global alrededor de la edad de 9 años, y que los temores sociales se vuelven más diferenciados a partir de entonces (Bokhorst, Westenberg, Oosterlaan y Heyne, 2008). De los 12 a los 18 años aumentan los miedos que tienen que ver con las relaciones interpersonales y la pérdida de la autoestima, (Echeburúa, 1993; Méndez, Inglés e Hidalgo, 2002). Sin embargo, tanto en la infancia como en la adolescencia, los estudios indican que los miedos pertenecientes a la dimensión “peligro y muerte”, son los más frecuentes (Caballo et al, 2006)

Analizando las comorbilidades estudiadas de los miedos con diversos trastornos o problemas que puedan afectar a niños y adolescentes, existen numerosos trabajos (Byrne, 2000; Ollendick, Yule, Oilier, 1990; Sandín, Chorot, Valiente, Santed y Lostao 2007; Sandín, Chorot, Valiente y Santed, 2002; Valiente, Sandín y Chorot, 2002b) que relacionan los temores con la ansiedad. En ellos se destaca una correlación positiva, entre moderada y fuerte dependiendo de los autores, entre ambas variables. En estos mismos estudios, se analiza la relación existente entre los miedos y la depresión, siendo en este caso variables que no correlacionan fuertemente entre ellas. También se ha descrito una correlación negativa, aunque débil, con la afectividad negativa (Valiente et al., 2002b)

El miedo afecta a la autoestima

Existen muy pocos estudios cuya línea de investigación sea la relación entre los miedos y la autoestima. En uno de ellos (Byrne, 2000), se comparan variables como la autoestima, la ansiedad, los miedos y las estrategias de afrontamiento, en una muestra infantil australiana (N = 224), donde se refleja que los niños tienen una autoestima más elevada que las niñas, pero no queda clara su relación con los miedos. Si que existen, en cambio, numerosos trabajos que analizan las relaciones entre las fobias, principalmente de tipo social, con la autoestima (Olivares, Piqueras y Rosa, 2006; Vallés, Olivares y Rosa, 2007; Zubeidat, Fernández Parra, Sierra y Salinas, 2007) donde se pone de manifiesto su correlación negativa, principalmente en población adolescente, y significativamente mayores en mujeres.

Por esta razón, en nuestro trabajo queremos explorar qué tipo de relación existe entre la autoestima y los miedos, pronosticando una relación negativa como la descrita en las fobias, y siendo mayor en los miedos sociales. Esto iría en la línea de lo apuntado por Verduzco, Lucio y Durán (2004), quienes afirman que las personas con autoestima baja tienen tendencia hacia un comportamiento de miedo, duda y defensa.

Los objetivos de nuestro trabajo eran, por un lado, conocer la prevalencia e intensidad de miedos en escolares en una muestra del municipio de Alicante, estableciendo una clasificación de los miedos más comunes. Por otro lado, pretendimos conocer si existían diferencias , según la edad, en la prevalencia e intensidad de estos miedos, así como conocer las diferencias según el sexo de los participantes en nuestro estudio. Por último, quisimos analizar la relación que existe entre el nivel de autoestima y la intensidad y prevalencia de los miedos.

Partiendo de la evidencia de la literatura, podemos pronosticar que:

  1. Los miedos más comunes serán los relacionados con la dimensión “miedos al peligro y a la muerte”
  2. Existirá mayor prevalencia e intensidad de miedos entre las chicas que entre los chicos
  3. El nivel de prevalencia general e intensidad de miedos será menor en los adolescentes (13-14 años) que en los pre-adolescentes (10-12 años)
  4. El nivel de prevalencia general de miedos oscilará entre los 14 y 22 miedos relevantes
  5. Existirá una correlación negativa entre la autoestima y la intensidad y prevalencia de miedos.

Estudio sobre el miedo en la adolescencia y la autoestima: participantes

La muestra incidental estaba formada por 341 sujetos, todos ellos alumnos de un colegio privado del municipio de Alicante, pertenecientes al tercer ciclo de Primaria (5º y 6º) y el primer ciclo de Secundaria (1º y 2º). De los 341 menores, la mayoría de ellos eran del sexo masculino(199 chicos frente a 142 chicas). Respecto a las edades de la muestra, éstas estaban comprendidas entre los 10 y los 14 años (M = 11,92, DT = 1,24 años), siendo las edades medias de los grupos femenino y masculino prácticamente idénticas: 11,91 (DT = 1,18) en las chicas, frente a 11,92 (DT = 1,29) en los chicos.

No aparecen, por tanto, diferencias significativas en edad entre ambos grupos (Gráfica 1). Si dividimos a los menores por grupos de edad, considerando la pre-adolescencia hasta los 12 años, y la adolescencia a partir de los 13 (Martínez, 1996) tendríamos en nuestro estudio a 217 pre-adolescentes (123 chicos y 91 chicas) frente a 127 adolescentes (76 chicos y 51 chicas).

Los participantes, estudiantes de un centro privado, tenían un nivel socioeconómico medio-alto o alto, y con una formación religiosa a destacar, dedicando parte del tiempo lectivo a oraciones, trabajos relacionados con la religión, festejos de su patrón...

Según pudimos conocer por el equipo de psicopedagógico del centro, ninguno de los alumnos, seleccionados para el estudio, poseía ninguna limitación que le impidiera realizar ambas pruebas. Sin embargo, no consideraron pertinente introducir el estudio en el 2º ciclo, como era inicialmente nuestra intención, ya que intuían que el contenido de la prueba FSSC-R no iba a ser entendible por los alumnos de estas edades, y que podría provocar consecuencias como la adquisición de miedos que no tenían previamente. Por esta razón, aumentamos las edades de la muestra a escoger.

El método que se siguió en el estudio

Todos los sujetos fueron evaluados en sus aulas respectivas. Para la organización del calendario y los horarios del pase de las pruebas, contamos con la psicopedagoga de primaria, quien planteó que la mejor opción era suministrar los cuestionarios en los horarios en los cuáles los tutores daban clase a su grupo tutorizado, de forma que fuera más sencilla la planificación y que alterara menos el funcionamiento académico normal del Centro.

A la hora de realizar las evaluaciones, contamos inicialmente con el apoyo del tutor, quien explicaba a los alumnos el motivo por el cual estábamos allí, nos presentaba a los menores, y en algunas ocasiones, permanecía en el aula durante un tiempo hasta que el alumnado estaba calmado, momento en el cual abandonaba el aula y empezábamos con la explicación de los cuestionarios, los objetivos que se pretendían con los mismos, la manera en la cual se completaban, y la resolución previa de dudas que pudieran surgir. La administración de los tests se llevó a cabo de manera colectiva, sin ningún incidente a destacar.

Instrumentos

Con el fin de conocer la intensidad y prevalencia de las fobias en los menores evaluados, realizamos la aplicación de la versión española del Fear Survey Schedule for Children-Revised (FSSC-R; Ollendick, 1983; Sandín, 1997) a todos los sujetos de la muestra. Consta de 80 ítems de 3 niveles de intensidad (Nada, un poco y mucho). A su vez, el cuestionario incluye las 5 subescalas siguientes:

  • Miedo al fracaso y la crítica
  • miedo a pequeños animales y daños menores
  • miedo a los peligros físicos y muerte
  • miedo a lo desconocido
  • miedos médicos

Estudios realizados recientemente en España con la versión mencionada del FSSC-R, han aportado datos psicométricos que demuestran su validez divergente y convergente, una elevada consistencia interna, y una estructura de cinco factores parecida a la establecida en la versión inglesa del test (Sandín y Chorot, 1998a; Valiente, 2001; Valiente et al, 2002b; Valiente et al., 2003;). Sin embargo, nosotros optamos por realizar nuestro propio análisis factorial, siguiendo el método de Caballo et al (2006), en el que encontramos una nueva dimensión, que explica mayor porcentaje de la varianza que el factor “Miedos médicos”.

A este factor le denominamos “Miedo a la novedad y a la evaluación social”. Por tanto, en nuestro trabajo incluiremos 6 y no 5 dimensiones. La versión del test utilizada se encuentra en el CD-Rom que incluye el manual de Caballo (2005). Dicha versión difiere de la de Sandín en que en esta última, se elimina el ítem 73 ( miedo a Rusia), y se desdobla el ítem 62 (miedo a estar sólo) en dos, de manera que en la versión de Sandín , el ítem 73 aparecía como “estar sólo/a fuera de casa”. En la versión que nosotros utilizamos, en cambio, el ítem 73 aparece enunciado como “los terroristas”, un temor que consideramos bastante actual y que decidimos incluirlo en nuestro estudio.

Cuestionario de Rosenberg

Por otro lado, para evaluar la autoestima de los alumnos, decidimos utilizar el Cuestionario de Rosenberg (Rosenberg Self-Esteem Scale; Rosenberg, 1965), debido a sus buenas propiedades psicométricas, (Rosenberg, 1965; Baños y Guillén, 2000; Vázquez, Jiménez y Vázquez-Morejón, 2004). Se trata de una de las escalas más utilizadas para la medición global de la autoestima, cuyos contenidos se centran en los sentimientos de respeto y aceptación de si mismo/a. La escala consta de 10 ítems, la mitad de los cuales están enunciados de manera negativa.

Cada uno de los elementos se puntúa del 1 al 4, según si el sujeto considera que está “muy de acuerdo”, “de acuerdo”, “en desacuerdo” o “muy en desacuerdo” con la frase enunciada. De esta forma, en la interpretación del cuestionario sabemos que si un sujeto está entre los 30 y los 40 puntos, tendrá una autoestima elevada; si se encuentra entre 25 y 29 puntos, presenta una autoestima media, siendo conveniente mejorarla, aún no presentando problemas graves; y los que obtengan una puntuación inferior a 25 puntos, se considera que tienen la autoestima baja, presentando problemas significativos.

Análisis de Datos

Los análisis estadísticos se han llevado a cabo con el programa SPSS 15.0. Para determinar la intensidad, frecuencia y tipos de miedos por edades y sexo, se realizaron análisis de frecuencias, análisis descriptivos, comparaciones de medias y tablas de contingencia, así como la prueba Kolmogorov-Smirnov para saber si las puntuaciones totales en el FSSC-R se ajustaban a una distribución normal.

También se efectuó un análisis factorial de componentes principales con rotación Varimax, para conseguir las dimensiones en las que podíamos clasificar los ítems en nuestra muestra. Con el fin de conocer si existían diferencias significativas en los miedos en función de la variable sexo, se optó por realizar la prueba de Chi-cuadrado de Pearson. Por otro lado, para saber si se producían diferencias significativas en los miedos dependiendo de la edad de los sujetos, se realizó un ANOVA de un factor.

Por último, para determinar si existía una correlación entre la autoestima y la frecuencia e intensidad de miedos, así como con las dimensiones del FSSC-R, se realizó la prueba de correlación de Pearson con cada una de ellas.

Resultados: los miedos más comunes

Para realizar una clasificación de los miedos más comunes, optamos por elegir únicamente aquellos ítems que fueran puntuados por los sujetos de la muestra con un 3 (“mucho miedo”), tal y como se propone en estudios similares al nuestro (Sandín,Chorot, Valiente y Santed, 1998b; Valiente et al, 2002). Del análisis de la tabla 3 podemos concluir que prácticamente la totalidad de los temores (9 de 10), y teniendo en cuenta nuestro análisis factorial, coincidiendo en estos ítems con los realizados anteriormente (Valiente, 2001; Caballo et al, 2006) pertenecen a la dimensión de “miedos al peligro y a la muerte”. El último ítem (“sacar malas notas”), corresponde al factor de “miedos escolares y a la crítica”.

Si realizamos la comparación entre las puntuaciones medias en los ítems teniendo en cuenta los 3 niveles de intensidad del FSSC-R (mínimo 1, máximo 3), con los ítems puntuados con “mucho miedo”, observamos una gran correlación entre ambos indicadores (r = 0,935). Como vemos en la tabla 4, los 10 miedos más intensos son exactamente idénticos, variando únicamente el orden en alguno de ellos.

Con el fin de no limitarnos a conocer cuáles son las situaciones que más miedo originan en los niños y adolescentes, investigamos también cuáles eran aquellos ítems que habían sido menos puntuados con “mucho miedo” en el FSSC-R. De este análisis se desprende la tabla 5, que nos indica una gran cantidad de situaciones que fueron puntuadas como muy temidas por, únicamente, 8 o menos escolares.

Resultados: diferencias de sexo en las puntuaciones de miedo

Analizando las puntuaciones totales en el FSSC-R, obtenidas en cada uno de los sexos, observamos que, como promedio, las puntuaciones de las chicas son algo más de 13 puntos mayores que las de los chicos (135,54 frente a 122,42). Aunque los resultados de la prueba de independencia de Chi-cuadrado (p=0,098) nos indujera a concluir que no existen diferencias significativas entre ambos sexos en las puntuaciones totales de miedos, si realizamos un análisis más pormenorizado ítem por ítem, comprobamos que en un 87,5% de los ítems, las puntuaciones medias son superiores en el sexo femenino ; y que en más de la mitad de situaciones (44 de 80) las diferencias sí que resultan significativas a un nivel de confianza del 95%. Además de ello, cabe indicar que en sólo 2 de estas situaciones donde se aprecian distinciones relevantes son los chicos los que puntúan por encima de las chicas.

Si comparamos las puntuaciones en cada una de las dimensiones obtenidas en nuestro análisis factorial, observamos como en todas ellas, las puntuaciones son mayores también en el grupo de las chicas siendo estadísticamente significativas las diferencias salvo en los factores relacionados con los miedos sociales: “miedo a la crítica/situaciones escolares” y “miedo a la novedad/evaluación social”. Esto sucedió para todos los grupos de edad: en los 4 factores donde las diferencias fueron significativas entre chicos y chicas, las escolares de todas las edades tienen una puntuación media mayor que los chicos de su misma edad, y es en los factores sociales donde alternan el predominio dependiendo de los años, destacando en el factor “miedo a la crítica/situaciones escolares” la única diferencia significativa en las dimensiones de los chicos sobre las chicas, encontrada en los escolares de 14 años.

En cuanto a la prevalencia de miedos, la tendencia se mantiene, ya que también aquí las chicas tienen, de media, 5 situaciones muy temidas más que los chicos (16,45 frente a 11,46). En este caso, por contra, si que aparecen diferencias significativas entre ambos sexos (p = 0,006). Además, en el 80% de los ítems, las chicas tienen mayores puntuaciones de miedo intenso que los chicos. La distribución de las prevalencias por sexo en cada una de las dimensiones la podemos ver reflejada en la gráfica 5, donde apreciamos la misma tendencia que en la intensidad de los miedos: pequeñas diferencias para los miedos sociales, y moderadas o grandes diferencias para el resto de dimensiones, con una diferencia: en esta ocasión, en los miedos médicos no se obtienen diferencias significativas (p > 0,05)

Por otro lado, debemos recalcar que, tanto si tenemos en cuenta la puntuación media del ítem como el número de sujetos que puntúan con “mucho miedo”, el bajo porcentaje de situaciones en las que son los chicos los que están por encima de las chicas, coinciden con los miedos menos intensos en la muestra.

Determinando que proporción de ambos grupos se encuentra en riesgo , si tenemos en cuenta el porcentaje de escolares que refieren un miedo general intenso (puntuaciones por encima de 172 en el FSSC-R), vemos que existen diferencias importantes entre el grupo de las chicas (4,2% superan el punto de corte) y el de los chicos (el 1,5% supera este límite). Y en cuanto a las diferencias en los tipos de miedos, podemos observar como el porcentaje de chicas que puntúa más alto que los chicos se hace evidente en los 10 miedos más comunes en la muestra total.

Un aspecto relevante que cabe mencionar es la gran concordancia que existe entre los 10 miedos más comunes a través de los grupos de sexo. En el caso de los chicos, sus 10 miedos más intensos coinciden con los 10 de la muestra total. En las chicas, por contra, encontramos 2 situaciones dentro de las 10 más temidas que no aparecían en la clasificación de la muestra total: “perderte en un lugar desconocido” (ítem elegido por el 52,8% de las chicas con la opción de “mucho miedo”) y “quemarte o el fuego” (escogido por el 51,4%), que sustituirían, con respecto a los chicos y a la muestra total, a los ítems “ser enviado al director del cole” y “sacar malas notas”.

Así pues, atendiendo a las dimensiones factoriales de los miedos más expresados, mientras que en los chicos no habría variación respecto a la muestra total (9 de las 10 situaciones estarían encuadradas en el grupo “miedo a peligros físicos y muerte”), en las chicas los 10 miedos más prevalentes serían de esta dimensión, no habiendo ninguno,pues, del factor “miedo a situaciones escolares y a la crítica”.

Diferencias en puntuaciones según la edad

Si observamos la intensidad de los miedos dependiendo de la edad de los sujetos, los chicos y chicas de 12 años son los que tienen como promedio mayores puntuaciones en el FSSC-R (M = 131,36), mientras que los menores que tienen 14 años son los que obtienen puntuaciones más bajas (M = 124,46). Si comparamos pre-adolescentes (10-12 años) con adolescentes (13-14), son los primeros (M = 128,57) quienes puntúan más alto que los segundos (M = 126,72).

En cuanto a la prevalencia de los miedos , también aquí es el grupo de 12 años el que manifiesta más situaciones como muy temidas ( M = 14,71), siendo de nuevo el grupo de 13 años el que menos miedos manifiesta como promedio ( M = 12,33). El grupo de preadolescentes indicó como promedio casi 2 situaciones más temerosas que el grupo de adolescentes (14,25 frente a 12,34). A pesar de ello, si realizamos un análisis como el anterior, no obtenemos diferencias significativas para los grupos de edad (p > 0,05). Esta tendencia se repite para la prevalencia en cada una de las dimensiones, no encontrando tampoco puntuaciones diferentes de manera significativa en cada factor , salvo para la dimensión “miedo al peligro y a la muerte” (que de nuevo fue la más prevalente para todas las edades), donde si que fueron significativas (p < 0,01) entre pre-adolescentes (M = 7,28) y adolescentes (M = 6,03)

Comparando los miedos más comunes en la muestra total (situaciones calificadas con “mucho miedo”) con estos mismos miedos para cada una de las edades, observamos como la situación “ser atropellado por un coche o un camión”, es la más temida para todas las edades, salvo para los escolares de 14 años, cuya situación más temida son “los bombardeos”. Por otra parte, el grupo de 11 años es el que en más situaciones refiere un miedo intenso (en el 50% de las 10 situaciones más temidas), seguido por los escolares de 12 y 10 años. Los escolares de 13 y 14 años, en cambio, no lideran ninguno de los 10 miedos más comunes, siendo los mayores de la muestra los que menos puntúan en todas estas situaciones. La comparación entre adolescentes y pre-adolescentes en estos miedos la podemos ver en la gráfica 9.

Realizando un análisis intragrupal para cada edad, apreciamos pequeñas diferencias en las 10 situaciones más temidas, aunque sí en el orden de las mismas, en comparación con la muestra total. Así, para el grupo de 10 años, sólo aparecería un miedo nuevo (“la muerte o personas muertas”), en lugar de “los microbios o enfermedad grave”; en el grupo de 11 años, las situaciones “la muerte o personas muertas” y “ perderte en un lugar desconocido” tendrían la misma puntuación que “ los microbios y las enfermedades graves” y “sacar malas notas”, empatando todas ellas en la novena posición; en el grupo de 12 años, también aparecería “la muerte o personas muertas”, en lugar de “ser enviado al director del colegio”; por lo que respecta al grupo de 13 años, estaría el ítem “el fuego (quemarte)”, ocupando el lugar de “sacar malas notas”; y, por último, en el grupo de 14 años, observamos como nuevos ítems como son “suspender un examen”, “el fuego (quemarte)” y “que te entreguen las notas”, sustituirían a “ los microbios o enfermedad grave”, “sacar malas notas” y “ ser enviado al director”.

En la línea de lo indicado, en los grupos de pre-adolescentes y adolescentes tan sólo habría un cambio en los 10 miedos más temidos para este último colectivo, donde la situación “el fuego (quemarte)” sustituye a “Sacar malas notas”. A pesar de no haber encontrado diferencias significativas en las puntuaciones totales del FSSC-R ni en las dimensiones según la edad, teniendo en cuenta tanto la intensidad como la prevalencia de los miedos, realizando un análisis más minucioso encontramos 16 situaciones (el 20% de los ítems) en los que sí que se aprecian diferencias significativas entre pre-adolescentes y adolescentes en las puntuaciones de “mucho miedo” (p<0,05 o p<0,01, según el ítem), siendo sólo en 3 de ellas (“viajar en tren”, “Hacer un examen” e “Ir al médico”) favorables a los adolescentes.

Resultados: intensidad de los miedos en la muestra

En primer lugar, se analizaron las puntuaciones totales obtenidas en el cuestionario FSSC-R. Tras realizar el análisis de frecuencias, obtenemos que la puntuación media es de 127,88 (DT = 22,09). La prueba de Kolgomorov-Smirnov nos permitió admitir que las puntuaciones se ajustaban a una distribución normal ( p > 0,05; gráfica 2).

Para conocer la cantidad de escolares que refieren un alto nivel de miedo de manera general, ya que en las diversas versiones del cuestionario no aparecen puntos de corte con los cuáles poder discriminar las puntuaciones de los sujetos, y siguiendo la elección de Méndez, Inglés, Hidalgo, García-Fernández y Quiles (2003) establecemos como criterio aquellos menores que sobrepasen la puntuación media más dos desviaciones típicas, con lo que entrarían en este grupo aquellos escolares que puntuaran por encima de 172 puntos en el cuestionario.

Teniendo esto en cuenta, observamos que el 2,6 % de la muestra obtiene puntuaciones altas en el FSSC-R.

Conclusiones

El objetivo de nuestro trabajo ha consistido en analizar la relación existente entre los miedos en la pre-adolescencia y adolescencia con la autoestima, al mismo tiempo que estudiar las diferencias según la edad y el sexo en la prevalencia, intensidad y tipos de miedo, en una muestra escolar alicantina (N= 341). Para ello, se aplicaron la versión española del Fear Schedule for Children Revised (FSSC-R; Ollendick, 1983; Sandín, 1997), y el Cuestionario de Rosenberg (Rosenberg Self-Esteem Scale; Rosenberg, 1965).

Los resultados indicaron la existencia de mayores puntuaciones en los miedos en el sexo femenino, siendo estas diferencias significativas en prevalencia de miedos y en la intensidad del miedo en la mayoría de ítems, aunque no así en la intensidad total; la prevalencia de mayores miedos en la población pre-adolescente que en la adolescente, no existiendo diferencias significativas en las puntuaciones totales, pero sí en la prevalencia de “miedos al peligro y a la muerte”; la mayor presencia de situaciones temidas, en ambos sexos y en todos los grupos de edad, pertenecientes a la dimensión “ miedos a los peligros físicos y a la muerte”; y la correlación negativa entre los miedos y la autoestima, siendo significativa para la intensidad de miedos, prevalencia y para la mayoría de las dimensiones del FSSC-R.

Estos resultados, en general, son congruentes con los datos que refieren estudios realizados anteriormente, tanto en España como en otros países, sobre miedos en estas edades, y nos invitan a seguir investigando sobre la relación entre autoestima y miedos, para poder corroborar nuestros datos.

Este artículo es meramente informativo, en Psicología-Online no tenemos facultad para hacer un diagnóstico ni recomendar un tratamiento. Te invitamos a acudir a un psicólogo para que trate tu caso en particular.

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