Qué es la esencia de una persona y cómo se construye

Qué es la esencia de una persona y cómo se construye

Los seres humanos tenemos características comunes propias de nuestra especie, pero a su vez, tenemos también otras singulares que nos identifican como entidades biológicas únicas y constituyen nuestra identidad personal. Los rasgos de una persona pueden ir cambiando, sin embargo, hay algo que permanece: la identidad o la esencial personal. En este artículo de Psicología-Online, veremos qué es la esencia de una persona y cómo se construye.

Qué es la esencia de una persona

La identidad o esencia personal se puede definir como: “Conjunto de rasgos o características de una persona que permiten distinguirla de otras en un conjunto”.

A partir de esta definición podemos distinguir dos tipos de rasgos que utilizamos habitualmente para determinar la identidad de una persona:

  • Los rasgos morfológicos que le dan una apariencia física.
  • Los rasgos psicológicos, como la personalidad, el carácter o la empatía, que se expresan en su forma de pensar, en sus emociones y en su comportamiento. Estos rasgos configuran la percepción individual que una persona tiene sobre sí misma.

¿Se puede cambiar la esencia de una persona?

Limitar la identidad a un conjunto de rasgos plantea un problema: los rasgos pueden cambiar. Los morfológicos pueden modificarse al cambiar algún órgano o estructura corporal mediante el trasplante (riñón, corazón, brazo, mano, etc.), o alterar la apariencia externa mediante cirugía, pero a pesar de estos cambios, nosotros percibimos que seguimos siendo los mismos.

Igualmente, los rasgos psicológicos está demostrado que también cambian en virtud de nuestras experiencias cotidianas, conocimientos y vivencias. Con el devenir del tiempo, pensamos, sentimos y actuamos de distinta manera, pero nos contemplamos como los sujetos invariables de tales acontecimientos.

Sin embargo, aunque estemos permanentemente cambiando desde un punto de vista físico y psicológico, es evidente que en el proceso de transformación hay algo que se mantiene inalterable: la convicción de que somos la misma persona en todo momento.

Esta peculiaridad de la naturaleza del ser humano, resumida en la frase: “todo en mí cambia, pero sigo siendo el mismo”, obliga a plantearse la idea de que debe existir algo que no cambia, que es inmutable. Surge entonces la pregunta: ¿cuál es la naturaleza de ese “algo” distinto de los componentes físico-psicológicos que nos identifica como una persona única y permanece inmutable a lo largo de nuestra vida?

Ese “algo” es lo que definimos como la esencia de la identidad personal: “aquello que persiste independientemente de los cambios superficiales por los que atraviesa una persona”. Atribuir la identidad a una serie de rasgos que se manifiestan al exterior puede servir, desde un punto de vista práctico, para individualizar a una persona y distinguirla de otras, pero no constituyen su esencia ya que pueden cambiar con el tiempo. Sin perjuicio de los distintos enfoques posibles para abordar esta cuestión (psicosocial, filosófico, biologicista, antropológico…), una forma de afrontar la búsqueda de ese algo que pueda aceptarse como esencia de la identidad de la persona es el enfoque psicobiológico, que contempla al ser humano como un sistema complejo, dinámico, abierto y adaptativo a los cambios del entorno.

El enfoque psicobiológico de la identidad personal

Según este enfoque, todo ser humano posee una estructura psicobiológica estable y, a partir de ella, canaliza las posibles transformaciones que soporta a lo largo de su vida. Partiendo de esta idea, propone centrarse en esta estructura y buscar allí la esencia de la identidad.

El enfoque psicobiológico considera que, a partir de las estructuras biológicas que intervienen en la construcción y funcionamiento de cada sistema humano, surge, como propiedad emergente, el sentido de un Yo que trasciende tales estructuras y es consciente de sí mismo como una entidad autónoma. Sobre este aspecto, el filósofo británico Derek Parfit señala su perspectiva sobre la identidad en un experimento mental que se apoya en la teletransportación: “Imagina que entras a un "teletransportador", una máquina que te hace dormir, luego te destruye, desintegrándote en átomos, copiando la información y enviándola a Marte a la velocidad de la luz. En Marte, otra máquina te recrea (a partir de suministros locales de carbono, hidrógeno, etc.), cada átomo en exactamente la misma posición relativa, ¿es la persona en Marte la "misma persona" que entró a la máquina en la Tierra?” Si la respuesta fuese afirmativa, al despertar en Marte uno se sentiría como uno mismo, recordaría haber entrado al teletransportador para viajar a Marte.

No obstante, lo relevante para Parfit es la conexión psicológica, incluyendo elementos como la memoria, personalidad o el carácter: “al final, lo que importa no es la identidad personal, sino la continuidad mental y la conexión”. A este respecto, desde el punto de vista psicológico está aceptado que el ser humano es psicológicamente continuo, esto es, mantiene una íntima conexión entre el pasado, el presente y el futuro.

En este mismo sentido, el neurocientífico A. Damasio afirma que el fundamento biológico del sentido del Yo se halla en los mecanismos cerebrales que representan, instante a instante, la continuidad del mismo organismo. Esta hipótesis sugiere que el cerebro utiliza sus estructuras de representación del organismo y de los objetos externos para crear una nueva representación que nos indica que el organismo, cartografiado en el cerebro, está implicado en la interacción con un objeto, cartografiado también en el cerebro, creándose con ello la sensación de un Yo en el acto de conocer que caracteriza a la mente consciente.

En virtud de todas estas premisas, podemos distinguir dos propiedades que se requieren para definir la esencia de la identidad personal: inmutabilidad y continuidad. No obstante, cabe señalar que un gran número de autores de diversas disciplinas niegan la inmutabilidad de la identidad y señalan que sólo podemos tener identidades temporales en las que cambian algunos aspectos y permanecen invariables otros.

Desde esta perspectiva, resulta evidente que los rasgos físicos y psicológicos no son inmutables ni persistentes, están sujetos a cambios inducidos por el propio sistema biológico humano en su desarrollo y por el entorno en el que se desenvuelve, por lo que no pueden ser considerados como parte de la esencia de la identidad.

Incluso la percepción individual que una persona tiene sobre sí misma, que hemos definido como una característica de la identidad personal, puede variar o desaparecer y, sin embargo, mantenerse su identidad, lo que demuestra que ésta no depende de la conciencia personal sobre uno mismo. Una persona puede perder la conciencia de sí mismo, como ocurre en los enfermos de alzheimer y no por ello deja de ser quien es y, además, sigue siendo reconocido por otras personas (si la persona estuviera sola en una isla y perdiese la conciencia, seguiría siendo la misma, es algo que no depende de ésta).

A la vista de esto, si los rasgos que nos identifican y generan nuestra autopercepción no cumplen las condiciones de inmutabilidad y continuidad, cabe preguntarse: ¿dónde reside entonces la esencia de la identidad en el sistema humano? La clave, según este enfoque, está en la información que contienen ciertas estructuras del sistema humano cuyos elementos están organizados y ordenados de forma específica en cada persona, lo que le otorga una identidad única.

Cómo se contruye la esencia de una persona

Para construir cualquier mecanismo, se necesita tener la información necesaria sobre su estructura y unas instrucciones que faciliten su construcción, de forma que pueda realizar la función a la que está destinado. Del mismo modo, para construir un sistema humano también se necesitan ambos factores.

En el sistema humano esta información está contenida en dos estructuras capaces de almacenar información relacionada con la identidad: las moléculas de ADN que forman el genoma y las redes neuronales del cerebro que constituyen el conectoma.

  • El genoma es el primer eslabón que conforma nuestra individualidad. El tipo y el orden en que están organizados los nucleótidos en la cadena de ADN es específico para cada persona (sólo los gemelos idénticos la comparten).
  • El conectoma es la compleja red de neuronas interconectadas entre sí que almacena información de los conocimientos, experiencias y vivencias personales (la llamada memoria biográfica).

Ambas estructuras forman las dos dimensiones de la persona implicadas en su identidad: la biología y la biografía, ya que está demostrado de forma clara que estas dos son únicas para cada persona y cumplen las dos propiedades requeridas: inmutabilidad y continuidad. La información que se obtiene de estas estructuras en una persona determinada, debería permitirnos, si tuviéramos los medios y la tecnología necesarios, construir un sistema biológico que sería idéntico al de la persona original (como en el experimento de Parfit).

Cómo llegar a la esencia de una persona

Actualmente se utiliza únicamente la estructura del ADN para identificar a una persona, pero no podemos reducir a la persona a un conjunto de moléculas de ADN que son capaces de crear un cuerpo humano concreto. La persona es un sistema biológico que piensa, siente y actúa; que sufre y disfruta en sus relaciones con el entorno, por lo que, tanto la dimensión biológica como la psicológica se complementan. Pueden existir dos personas con genomas iguales, como ocurre en los gemelos idénticos, pero no pueden darse dos personas que tengan los mismos conocimientos, las mismas vivencias y experiencias, por tanto, la identidad reside en las dos estructuras actuando conjuntamente.

Puede decirse que la dimensión biológica crea un cuerpo humano y la psicológica lo identifica como suyo, esto es, lo reconoce y “se apropia de él”. Así, cada ser humano va creando lo "propio", una instancia psíquica funcional que contiene la información referente a él mismo y que confiere sentido a sus acciones y existencia en el mundo y con la que se contempla a sí mismo como una persona incrustada en el pasado y en el futuro, apegado al entorno en que se relaciona.

Pero con el paso del tiempo, estas estructuras pueden sufrir modificaciones, tanto en sus componentes como en el orden en que están organizados. Así, las cadenas de ADN pueden cambiar si se producen mutaciones o alteraciones debidas a factores epigenéticos. Igualmente, A. Damasio señala que la mente se reordena con el paso del tiempo, la memoria autobiográfica va cambiando y los acontecimientos almacenados adquieren nuevas connotaciones emocionales a lo largo del tiempo. De este modo, a medida que pasan los años, se va reescribiendo sutilmente nuestra propia historia.

No obstante, estos cambios no son tan drásticos como para desvirtuar la esencia de la identidad personal, pues está comprobado que ésta puede mantenerse a pesar de algunas modificaciones estructurales en el genoma y conectoma que pueden darse durante la vida. Pero sí nos inducen a pensar que no toda la información contenida en estas dos estructuras en un momento dado es necesaria para constituir la esencia de la identidad, sino que existe una fracción de la información que subyace en ellas (genes y memoria autobiográfica) que persiste inmutable al paso del tiempo y sería en ella donde residiría la esencia.

El problema estriba pues en determinar cuál es la información mínima que constituye la identidad única de la persona de forma que, si cambia, dejaría de ser esa persona y sería otra distinta. Esta cuestión viene a ser una actualización de la paradoja que exponía el filósofo estoico griego Zenón (300 a. C.) a sus discípulos:

Si tenemos un montón de granos de arena formando un montículo y los vamos quitando grano a grano del mismo ¿cuándo dejará de ser un montón?, ¿qué grano de arena convierte el montón en un no-montón?

En un plano hipotético y siguiendo el planteamiento de Zenón, se trataría de ir eliminando partes de la información de nuestro sistema psicobiológico hasta que llegase un momento en el que ya no me reconociese como Yo, esto es, tuviésemos conciencia de que Yo ya no era Yo.

La organización de las estructuras identitarias

La información que nos aporta el genoma y el conectoma sobre la identidad única depende de cómo estén organizados sus elementos componentes (nucleótidos y conexiones neuronales). Como señala Damasio: “La organización es el invariante de la dinámica de los sistemas biológicos, el complejo unitario de relaciones que constituye la identidad de cualquier ser vivo”.

La organización es la respuesta a cuestiones como: ¿por qué un rasgo concreto requiere la expresión de unos genes específicos relacionados y no otros?, ¿por qué el recuerdo de una vivencia se almacena a través del contacto de neuronas específicas que forman una red neuronal concreta y no en otras? Está demostrado que los genes se expresan siguiendo un orden determinado, y las transmisiones neuronales en las sinapsis también se dan entre neuronas específicas y no al azar. Es evidente que esta organización tan eficaz de las estructuras genéticas y

neuronales requiere, como cualquier sistema activo, de las instrucciones necesarias para realizar su función. Unas instrucciones que organicen y ordenan las estructuras de forma que la información que surja de ellas constituya la esencia de la identidad. La cuestión que se plantea entonces es: ¿dónde residen estas instrucciones?, ¿surgen de la organización de las propias estructuras como propiedades emergentes?

El biólogo H. Maturana indica que: "los seres vivos somos sistemas autopoiéticos, esto es, que todo ser vivo se encuentra dentro de un sistema cerrado que constantemente está creciendo y creándose a sí mismo. Se trata de una organización que se mantiene en el tiempo en base a los componentes que la integran. Nos producimos a nosotros mismos, y la realización de esa producción de sí mismo como sistemas moleculares constituye el vivir".

Las instrucciones para la formación y expresión de las moléculas de ADN están incorporadas a la propia estructura que se autoorganiza para realizar su función (las secuencias de ADN «no codificantes» o «reguladoras» determinan el modo, el momento y el lugar donde los genes se activan y se desactivan, dando la opción a que el mismo conjunto de piezas del rompecabezas genético encajen entre sí en miles de configuraciones distintas).

Por su parte, la organización de la información en redes neuronales se realiza mediante operadores cognitivos que detallan, ordenan, cuantifican y valoran las percepciones, dando coherencia al cúmulo de informaciones que recibe (según E. d’Aquilli estos operadores son: el holístico, el reduccionista, el abstractivo, el cuantitativo, el causal, el binario, el existencial y el emocional). Además, se sabe que el cerebro en acción es un sistema no lineal que se autoorganiza y en el que no existe una relación evidente entre las causas y las consecuencias de un estado determinado: cambios sutiles en un estímulo pueden generar patrones corticales radicalmente distintos.

Todo ello nos lleva la conclusión de que conocer la esencia de la identidad de una persona es una tarea compleja y, aunque descifrar la información del genoma es hoy en día asequible, no lo es tanto la estructura del conectoma en la que está almacenada nuestra biografía, y ambos están íntimamente relacionados. A lo único que se puede aspirar es a decidir qué parcela de esta información que se manifiesta al exterior, esto es, que puede ser detectada y medida (como las características físicas y psicológicas) es válida para establecer una identidad y permita distinguir una persona de otra únicamente para funciones de tipo organizativo dentro del grupo social.

Este artículo es meramente informativo, en Psicología-Online no tenemos facultad para hacer un diagnóstico ni recomendar un tratamiento. Te invitamos a acudir a un psicólogo para que trate tu caso en particular.

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Bibliografía
  • Bertalanffy, L. (1982) Teoría general de sistemas. Madrid. Alianza Editorial.
  • Damasio, A. (2001) La sensación de lo que ocurre. Editorial Destino
  • Maturana, H., & Varela, F. (1998) De máquinas y seres vivos. Universitaria.
  • Parfit, D. (1984) Reasons and persons. OUP Oxford.