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La idea del hombre en Fromm

 
Francisco Céspedes
Por Francisco Céspedes. 22 marzo 2018
La idea del hombre en Fromm

Fromm analizó la sociedad industrial moderna con una actitud pionera. Sus escritos son notables por fundamentos filosóficos y psicológicos. Pensó que el hombre se está volviendo cada vez más impotente y distanciado en una sociedad gobernada por desarrollos técnicos.

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La naturaleza humana y sus diversas manifestaciones

Debemos preguntarnos en qué consiste ser hombre, esto es, cuál es el elemento humano que tenemos que considerar como factor esencial en el funcionamiento del sistema social.

Este empeño trasciende lo que se conoce como "psicología". Debiera llamarse con más propiedad "ciencia del hombre", una disciplina que trabajaría con los datos de la historia, la sociología, la psicología, la teología, la mitología, la fisiología, la economía y el arte, en cuanto fueren relevantes para comprender al hombre.
(Fromm, 1970:64)

El hombre ha sido seducido fácilmente —y aún lo es— a aceptar una forma particular de ser hombre como su esencia. En la medida en que esto ocurre, el hombre define su humanidad en función de la sociedad con la que se identifica. Sin embargo, aunque esa ha sido la regla, ha habido excepciones. Siempre han existido hombres que vieron más allá de las dimensiones de su propia sociedad —y aun cuando puedan haber sido tachados de necios o de criminales en su tiempo, constituyen la lista de los grandes hombres por lo que concierne al registro de la historia humana— y que trajeron a la luz algo que puede calificarse de universalmente humano y que no se identifica con lo que una sociedad particular supone que es la naturaleza humana. Siempre ha habido hombres que fueron lo bastante audaces e imaginativos para ver más allá de las fronteras de su propia existencia social.
(Fromm, 1970:64)

¿Qué conocimiento podemos obtener para responder a la pregunta sobre qué significa ser hombre? La respuesta no puede seguir la pauta que a menudo han tomado otras respuestas: que el nombre es bueno o es malo, que es amoroso o destructivo, crédulo o independiente, etc. Evidentemente, el hombre puede ser todo esto del mismo modo que puede ser bien entonado o sordo al tono, sensible a la pintura o ciego al color, un santo o un bribón. Todas estas cualidades y muchas otras son diferentes posibilidades de ser hombre. En efecto, todas están dentro de cada uno de nosotros. Percatarse plenamente de la propia humanidad significa percatarse de que, como dijo Terencio, "Homo sum; humani nil a me alienum puto" (Hombre soy, y nada humano me es ajeno); de que cada quien lleva dentro de sí a toda la humanidad —al santo como al criminal—; de que, como Goethe lo expresó, no hay crimen del cual cada uno no se pueda imaginar ser el autor. Todas estas manifestaciones de lo humano no son la respuesta a lo que significa ser hombre, sino responden solamente a la pregunta: ¿qué tan diferentes podemos ser y, sin embargo, ser hombres? Si queremos saber qué significa ser hombre, debemos estar preparados para encontrar respuestas no en función de las diversas posibilidades humanas, sino en función de las condiciones mismas de la existencia humana, de la cual surgen todas esas posibilidades como posibles alternativas. Dichas condiciones pueden ser reconocidas como resultado no de la especulación metafísica, sino del examen de los datos de la antropología, la historia, la psicología del niño y la psicopatología individual y social (Fromm, 1970:66-67).

Las condiciones de la existencia humana

¿Cuáles son estas condiciones? Son esencialmente dos, que se hallan interrelacionadas. La primera, la disminución del determinismo instintivo, la más alta que conozcamos en la evolución animal, que alcanza su punto más bajo en el hombre, en el que la fuerza de dicho determinismo se aproxima al extremo cero de la escala.

La segunda es el tremendo aumento en tamaño y complejidad del cerebro comparado con el peso del cuerpo, la mayor parte del cual tuvo lugar en la segunda mitad del pleistoceno. Este agrandado neocórtex es la base de la consciencia, la imaginación y todas aquellas habilidades como el habla y la formación de símbolos que caracterizan la existencia humana.

El hombre, careciendo del equipo instintivo del animal, no se halla tan bien provisto para la fuga o para el ataque como éste. El no "sabe" de manera infalible como el salmón sabe por dónde volver al río para desovar o como muchos pájaros saben por dónde ir al sur en el invierno y por dónde regresar en el verano. Sus decisiones no las hace por él el instinto. Él las tiene que hacer. Se halla frente a alternativas y en cada decisión que toma afronta el riesgo del fracaso. El precio que el hombre paga por su consciencia es la inseguridad. Puede soportar su inseguridad advirtiendo y aceptando la condición humana, y concibiendo la esperanza de no fracasar aunque no posea ninguna garantía de éxito. No tiene certidumbre alguna. La única predicción cierta que puede hacer es: "Moriré".

El hombre nace como una extravagancia de la naturaleza, siendo parte de ella y, no obstante, trascendiéndola. Tiene que encontrar principios de acción y de decisión que reemplacen los principios del instinto. Tiene que buscar un marco de orientación que le permita organizar una imagen congruente del mundo como una condición para obrar congruentemente. Tiene que luchar no sólo contra los peligros de la muerte, el hambre y el daño corporal, sino contra otro peligro específicamente humano: la locura. En otras palabras, no sólo tiene que protegerse contra el peligro de perder la vida, sino también contra el de perder la mente. El ser humano, nacido bajo las condiciones que estamos describiendo, enloquecería en verdad si no encontrara un marco de referencia que le permita en alguna forma sentirse en el mundo como en su hogar y eludir la experiencia del desamparo, desorientación y desarraigo absolutos. Existen muchas maneras por las que el hombre encuentra solución a la tarea de permanecer vivo y conservarse sano. Algunas son mejores que otras y algunas son peores. Con "mejor" se quiere decir una manera que conduzca a una fuerza, claridad, alegría e independencia mayores, y con "peor" justamente lo opuesto. Pero más importante que encontrar la mejor solución es encontrar una solución viable (Fromm, 1970).

La necesidad de marcos de orientación y devoción

Hay varias respuestas posibles a la cuestión que la existencia humana plantea, las cuales se concentran en torno a dos problemas: uno es la necesidad de un marco de orientación y el otro la necesidad de un marco de devoción.

¿Qué respuestas han surgido ante la necesidad de un marco de orientación? La única respuesta predominante que el hombre ha encontrado hasta ahora puede también observarse entre los animales: someterse a un guía fuerte que se supone conoce lo que es mejor para el grupo, que planea y ordena, y que promete a cada uno de ellos que si lo siguen actuará en beneficio de todos. Para vigorizar la fidelidad al guía o, dicho de una manera diferente, para dar al individuo suficiente fe para creer en él, se concede que el guía tiene cualidades superiores a las de cualquiera de los que están sujetos a él. Así, se lo supone omnipotente, omnisciente, sagrado. Es un dios o un representante del dios, o bien su sumo sacerdote, que conoce los secretos del universo y que lleva a cabo los rituales necesarios para asegurar su continuidad (Fromm, 1970).

Cuanto más logre captar la realidad por sí mismo y no sólo como un dato que la sociedad le proporciona, tanto más seguro se sentirá porque dependerá mucho menos del consenso y, por tanto, se verá tanto menos amenazado por el cambio social. El hombre comohombre tiende de manera intrínseca a ensanchar su conocimiento de la realidad, y esto significa acercarse a la verdad. No me refiero aquí a un concepto metafísico de la verdad, sino al concepto de una aproximación cada vez mayor, lo que significa disminuir la ficción y la ilusión. Comparado con !a importancia de este aumento o disminución en la captación de la realidad, el problema de la existencia de una verdad final parece enteramente abstracto e irrelevante. El proceso de alcanzar una consciencia cada vez mayor no es más que el proceso de despertarse, de abrir los ojos y ver lo que se halla enfrente de nosotros. Ser consciente quiere decir suprimir las ilusiones y al mismo tiempo, en la medida en que esto se cumple, un proceso de liberación (Fromm, 1970).
A pesar de que hay una trágica desproporción entre el intelecto y la emoción en la sociedad industrial de este momento, no puede negarse el hecho de que la historia del hombre es una historia del crecimiento de la consciencia, consciencia que se refiere tanto a los hechos de la naturaleza exterior a él como a su propia naturaleza. Mientras que todavía hay cosas que sus ojos no pueden ver, su razón crítica en muchos respectos ha descubierto un sinnúmero de cosas sobre la naturaleza del universo y la del hombre. Aún se encuentra en el principio de este proceso de descubrimiento, y la cuestión decisiva es si el poder destructor que su saber actual le ha dado, le permitirá continuar ampliando este saber hasta un grado que hoy resulta inimaginable, o si acabará destruyéndose a sí mismo antes de que pueda construir un cuadro de la realidad cada vez más completo sobre los actuales fundamentos. Para que este desarrollo ocurra, se necesita una condición: que las contradicciones y las irracionalidades sociales que a lo largo de ¡a mayor parte de la historia del hombre le han impuesto una “falsa consciencia" —para justificar la dominación las primeras y sumisión las segundas—, desaparezcan o, al menos, se reduzcan a tal grado que la apología del orden social existente no paralice la capacidad del hombre para pensar críticamente. Desde luego, no es cosa de decidir qué se hace primero y qué después. Conocer la realidad existente y las alternativas para mejorarla ayuda a transformar la realidad, y cada mejora suya ayuda a clarificar el pensamiento. Hoy día, cuando el razonamiento científico ha alcanzado una cima, la transformación de la sociedad, bajo el peso de la inercia de anteriores circunstancias, en una sociedad sana permitiría al hombre medio utilizar su razón con la misma objetividad a que nos tienen acostumbrados los científicos. Que quede claro que esto no es cosa de inteligencia superior, sino de que desaparezca la irracionalidad de la vida social (una irracionalidad que necesariamente acarrea la confusión de la mente).

El hombre no sólo tiene mente y necesidad de un marco de orientación que le permita darle algún sentido y estructura al mundo que lo rodea; tiene también un corazón y un cuerpo que necesitan estar enlazados emocionalmente al mundo —al hombre y a la naturaleza—. Los lazos del animal con el mundo están dados, mediatizados por sus instintos. El hombre, a quien su consciencia de sí y su capacidad para sentirse solo han colocado aparte, sería una desvalida partícula de polvo empujada por los vientos si no hallara lazos emocionales que satisficieran su necesidad de relacionarse y unirse con el mundo trascendiendo su propia persona. Pero él tiene, en contraste con el animal, varias alternativas de vincularse. Como en el caso de su mente, algunas posibilidades son mejores que otras. Pero lo que más necesita para conservar su salud es un vínculo con el que se sienta relacionado seguramente. Quien no posee tal vínculo es, por definición, un demente, incapaz de cualquier conexión emocional con sus semejantes (Fromm, 1970).

El hombre tiene consciencia e imaginación y el poder de ser libre, tiende connaturalmente a no ser. Él quiere no sólo saber lo que se necesita para sobrevivir, sino comprender qué es la vida humana. Constituye entre los seres vivos el único caso que tiene consciencia de sí mismo. Y quiere utilizar las facultades que ha desarrollado en el proceso de la historia, las cuales le sirven más que el proceso de la mera supervivencia. Nadie ha expresado esto más claramente que Marx: “la pasión es el esfuerzo de las facultades del hombre para obtener su objeto” (Fromm, 1962). En este aserto, la pasión es considerada un concepto de relación. El dinamismo de la naturaleza humana, en la medida en que es humano, se halla arraigado primeramente en esta necesidad del hombre de expresar sus facultades en relación con el mundo más que en la necesidad de usar al mundo como un medio para satisfacer sus necesidades fisiológicas. Lo cual quiere decir; dado que tengo ojos, tengo necesidad de ver; dado que tengo oídos, tengo necesidad de oír; dado que tengo una mente, tengo la necesidad de pensar; y dado que tengo corazón, tengo la necesidad de sentir. En una palabra, dado que soy un hombre, tengo necesidad del hombre y del mundo. Marx escribió muy claramente y con vehemencia lo que él quiere decir con "facultades humanas" que relacionan con el mundo: "Todas sus relaciones humanas con el mundo —ver, oír, oler, gustar, tocar, pensar, observar, sentir, desear, actuar, amar—, en una palabra, todos los órganos de su individualidad son la. . . apropiaciónde la realidad humana... En la práctica sólo puedo relacionarme de una manera humana con una cosa cuando la cosa se relaciona de una manera humana con el hombre" (Fromm, 1962).

Experiencias humanas típicas

El hombre de la era industrial contemporánea ha sufrido un desarrollo intelectual al que todavía no le vemos límites. Simultáneamente, se ha inclinado a acentuar las sensaciones y experiencias sensibles que comparte con el animal: deseos sexuales, agresión, susto, hambre y sed. La cuestión decisiva es si existen experiencias emocionales que sean específicamente humanas y que no correspondan a aquello que sabemos que se halla arraigado en el encéfalo inferior. Una opinión que se oye a menudo es que el tremendo desarrollo del neocórtex ha hecho posible que el hombre posea una capacidad intelectual en constante aumento, pero que su cerebro inferior apenas se diferencia del de sus antepasados primates y, en consecuencia, que no se ha desarrollado emocional-mente y que, cuando mucho, puede manejar sus "impulsos" sólo reprimiéndolos o controlándolos (Fromm, 1970).

Hay experiencias específicamente humanas que no son ni de carácter intelectual ni idénticas con aquellas experiencias sensibles similares en todo sentido a las del animal. No tendiendo mayores conocimiento en el campo de la neurofisiología, sólo puede conjeturar que las relaciones particulares ente el extenso neocórtex y el cerebro antiguo son la base de esos sentimientos específicamente humanos. Hay razones para especular que las experiencias afectivas de este carácter, como el amor, la ternura, la compasión, y todo aquel efecto que no se halla al servicio de la función de supervivencia se basan en la mutua acción entre el cerebro nuevo y el antiguo y, por consiguiente, que el hombre no se distingue del animal únicamente por su intelecto, sino por nuevas cualidades afectivas que son producto de la interacción entre el neocórtex y la base de la emocionalidad animal. El estudioso de la naturaleza humana puede observar estos específicamente humanos en forma empírica y no debe desanimarse por el hecho de que la neurofisiología no haya todavía demostrado la base neurofisiológica de este sector de la experiencia. Como sucede con muchos otros problemas fundamentales de la naturaleza humana, el estudioso de la ciencia del hombre no puede colocarse en la posición de desdeñar sus observaciones sólo porque la neurofisiología no le da el siga.

Cada ciencia, la neurofisiología al igual que la psicología, tienen su propio método y se ocupará de tales problemas necesariamente según sea capaz de manejarlos en un momento dado de su desarrollo científico. Es tarea del psicólogo retar al neurofisiólogo, urgirlo a confirmar o negar sus hallazgos, así como es su tarea estar enterado de las conclusiones de la neurofisiología y ser estimulado y desafiado por ellas. Ambas ciencias, la psicología y la neurofisiología, son jóvenes y se hallan ciertamente en sus comienzos. Y ambas deben desarrollar en forma relativamente independiente y, no obstante, permanecer en estrecho contacto recíproco, retándose y estimulándose una a otra (Fromm, 1970).

Podemos adelantgar algunas conclusiones antes de terminar este apartado. El hombre que propone Becker deberá existir, es un hombre que tiene confianza en sí mismo; es necesario, por otro lado, buscar unificar la fracción radical y la conservadora de la sociedad en una plataforma común, se intenta unir a los hombres de buena voluntad en un mismo programa general de acción, sea cual fuere su ideología; esto puede hacerse vía solidaridad social, teniendo como base la libertad individual real con fundamento en una vida en comunidad en la que no se sacrifique lo uno en aras de los otro; se trata, como dice Fouillée de buscar la reconciliación entre el individualismo y la solidaridad social; lo anterior nos lleva a la conformación de una teoría científica sobre los males humanos que superará la relatividad política y obtendrá un acuerdo sobre los valores; así, las ciencias sociales no estarán al servicio de una ideología.

El tipo ideal proyectado por la ciencia del hombre, si elimináramos el mal de la sociedad, sería un hombre ético, autónomo, normal, que representa una opción de valores.

La ciencia del hombre, según Becker, deberá hacer otras cosas que antes realizó la religión: explicará el mal en forma creíble y ofrecerá una manera de superarlo; definirá la verdad, el bien y la belleza; y reestablecerá la unidad del hombre y de la naturaleza, el sentimiento de intimidad con el proceso cósmico.

Baldwin señala que el Bien es una satisfacción interior; la Verdad debe demostrarse exteriormente, y mostrarle al sujeto actuante que sus pensamientos tienen una relación exacta con la realidad material; la belleza es la unión del Bien y de la Verdad; la Belleza es libre, y la fealdad es contingente, limitada y causada. Feos son los coches, las ciudades, el smog, la alienación del hombre.

En lo que al método se refiere, Ernest Becker recomienda la utilización del método experimental-hipotético-deductivo. Aquí la naturaleza (el yo) se somete a una investigación directa.

En las ciencias humanas el hombre debe ser considerado todo el tiempo en su contexto social-cultural-histórico, total. En la propuesta de Becker el sentido común juega un papel fundamental. La ciencia se relaciona con una estructura en proceso de creación, y esta estructura se destruye sólo cuando se analizan sus componentes.

El hombre consigue sus valores en la medida en que va descubriendo las relaciones con los objetos, así sabe más de éstos; al saber más de éstos, tendría más significados y validez; cuanto más los poseyera conociéndolos tendría más control de un modo más rico.

La relatividad de los valores se reduce cuando el hombre empieza a trabajar experimentalmente con una aceptable teoría general de la alienación, que incluye una crítica de las principales instituciones sociales. Entonces podemos empezar a formular preguntas sobre el tipo específico de actos que inhiben los varios tipos de organizaciones. O, como dijera Deutscher, debemos preguntar qué tipo de organización social le permitirá ser más expansivo en términos humanos generales.

Este artículo es meramente informativo, en Psicología-Online no tenemos facultad para hacer un diagnóstico ni recomendar un tratamiento. Te invitamos a acudir a un psicólogo para que trate tu caso en particular.

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