Cómo mantener buenas relaciones interpersonales
Es evidente que las personas no somos autosuficientes y necesitamos de los demás, sobre todo en la sociedad actual, por lo que el relacionarse es una exigencia vital. En virtud de esta necesidad de convivencia, las relaciones interpersonales se consideran un factor relevante para el bienestar psicológico, de forma que la carencia o inestabilidad de las mismas da lugar a situaciones desagradables, frustraciones, conflictos e incluso perturbaciones psicológicas.
En el siguiente artículo de Psicología-Online, hablaremos de las habilidades sociales: cómo mantener buenas relaciones interpersonales Toma nota de los consejos psicológicos que te ofrecemos a continuación.
Relaciones personales según la psicología
La relación entre dos o más personas surge debido a las interacciones entre ellas en un determinado contexto, y dado que ambos elementos pueden presentar numerosas variantes, existirá igualmente una diversidad de relaciones posibles, por lo que aquí nos centraremos en aquellas que se dan en un rango de igualdad (se excluyen las que implican algún tipo de jerarquía: como padre-hijo, jefe-subordinado) y tienen lugar de forma constante y reiterada, induciendo la creación de vínculos afectivos y generando una interdependencia (relaciones entre familiares, amigos, compañeros, vecinos, etc.); no se refiere por tanto a interacciones esporádicas o espontáneas que no generan ningún vínculo (por ejemplo, la relación entre dos personas que coinciden en un viaje o en un evento deportivo o artístico).
Aunque en la formación inicial de una relación intervienen diversos factores, como la atracción interpersonal, atracción física, la personalidad, el idioma, el territorio, la cultura o la pertenencia a un grupo u organización, los dos factores más relevantes para mantenerla viva son:
- La afinidad respecto los asuntos que se comparten.
- Una reciprocidad ecuánime en las prestaciones.
Un análisis de estos dos factores en cualquier relación que mantenemos con otra persona nos permitirá evaluar las cuestiones elementales que la justifican, como son:
- ¿La cantidad y/o la trascendencia de los asuntos afines que se comparte es suficiente para mantener viva la relación?
- ¿Cubre esta relación las necesidades y expectativas mínimas que cada uno esperaba obtener con ella?
Factores que mantienen las relaciones personales: la afinidad
Se entiende aquí por afinidad interpersonal la coincidencia en el interés sobre determinadas cuestiones y en la semejanza de puntos de vista sobre ellas (afinidad de gustos, creencias, aficiones, objetivos, tradiciones, etc.), que puede ir acompañada de una similitud en la forma de valorar y sentir emociones ante estas cuestiones (compartir el sistema de valores, tener la misma sensibilidad emocional), lo que da lugar generalmente a una semejanza en la forma de actuar en respuesta a las mismas (estilo de vida parecido, análoga forma de afrontar las adversidades, etc.).
Al contrastar nuestros enfoques, posiciones o puntos de vista sobre estos elementos con los respectivos de la otra persona surgirá la afinidad o el rechazo. Si se da la afinidad, emerge el deseo de compartir las cosas en que somos afines.
Tipos de afinidad interpersonal
Atendiendo a las características y contenido de la afinidad pueden distinguirse tres tipos:
- Afinidad intelectual o cognitiva: Se basa en compartir conocimientos, opiniones, creencias, ideologías, aficiones, gustos, intereses, objetivos, etc.
- Afinidad de valores: Cuando se comparten determinados valores personales (libertad, confianza, autonomía, sinceridad) y/o sociales (solidaridad, altruismo, respeto, etc.)
- Afinidad de sentido o de finalidad: Si se comparte un propósito o finalidad de especial trascendencia, de ámbito vital o existencial (como una relación de pareja, un negocio, activismo social o proyectos de ayuda humanitaria).
Es importante tener en cuenta que la afinidad no implica necesariamente la plena coincidencia en la forma de pensar, sentir o actuar ante situaciones concretas. La singularidad psicológica de cada persona (como dice la expresión tradicional: “cada persona es un mundo”) justifica que no pueda exigirse. Puede que existan discrepancias respecto a una opción política, una religión o un equipo deportivo, pero de éstas pueden surgir nuevas interpretaciones que enriquecen a las dos partes.
Igualmente, no se requiere que la intensidad de los sentimientos sea idéntica, sino que el tipo de sentimiento sea el mismo, o que la forma de actuar ante una situación determinada sea idéntica, sino que se coincida en el objetivo en sí. Es indispensable para mantener una relación estable tener una gran flexibilidad mental y alejarnos de rigideces, dogmas y obsesiones infundadas.
Habilidades sociales y afinidad: estudios psicológicos
Por otra parte, la afinidad está fundamentada en determinadas cualidades y rasgos personales específicos (ciertas habilidades, inteligencia, simpatía, asertividad, creatividad, etc.), pero no con la persona en su totalidad (posiblemente tendrá otras cualidades que no intervienen en la relación), por tanto, cuando no pueda establecerse una afinidad en el marco de esa relación concreta, no deberíamos rechazar a la persona en sí, sino a esta relación en la que no somos afines, pues puede que en otro tipo de relación sí pueda darse una afinidad y crear otro tipo de vínculo.
Está demostrado que cuando las cualidades de la otra persona sobre las que descansaba la afinidad desaparecen (por ejemplo, la simpatía se convierte en antipatía, la atención y preocupación por el otro pasa a ser indiferencia) lo hace también nuestro tipo de relación y el vínculo que la acompañaba. Así, la falta del vínculo afectivo causada por la desaparición de una cualidad en el otro no debería dar lugar a la indiferencia, odio o rencor hacia él, sino a un cambio en el tipo de relación (por ejemplo, la desaparición del amor inicial de la pareja da paso a la amistad, al cariño o a la simple convivencia).
Habilidades sociales: la regla de la reciprocidad ecuánime
Toda interacción implica una prestación, ya sea por acción (intercambio de información, sentimientos, comportamientos o actitudes) u omisión (dejar de hacer algo, inhibirse sobre algún asunto) y exige reciprocidad; pero ésta tiene que ser considerada ecuánime por las partes (el término ecuánime se refiere a que sea imparcial, justa, respetuosa, basada en la rectitud y equidad tanto en la intención como en la acción), de forma que ambos tengan la creencia de que salen beneficiados en el intercambio.
Una relación entre dos personas será viable si comporta un beneficio para las dos partes y este beneficio se evalúa como superior al esfuerzo que se emplea para mantenerla.
Lo importante es que ambas tengan conciencia de que las prestaciones son ecuánimes y gratificantes (en el aspecto fisiológico, la relación beneficiosa promueve la excitación del sistema cerebral de recompensa y hace que la persona se sienta “a gusto” formando parte de la relación).
En este sentido se expresa la teoría de la interdependencia de Kelley[1], según la cual “el comportamiento de una persona en una relación depende de los resultados que pueda obtener individualmente, pero sobre todo, de los resultados para las dos personas de la relación”.
Por tanto, la clave estaría en lo que puedan obtener las personas de la relación y no tanto en lo que pueda obtener cada uno para sí mismo. Así, para que se mantenga la relación, las preferencias egoístas deben convertirse en preferencias más generosas que sobrepasen los límites del beneficio propio. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿qué actitud debe reinar en cada una de las partes?, ¿está cada uno dispuesto a renunciar a parte de lo que defiende y acoger parte de lo que defiende el otro? También hay que tener en cuenta el umbral de tolerancia: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a tolerar las discrepancias, renunciando a nuestros criterios, creencias, ideologías, etc. y aceptando los del otro?
Afinidad y reciprocidad: ¿qué importa más en las relaciones interpersonales?
Un aspecto a tener en cuenta es que una relación basada en la afinidad y la ecuanimidad genera una especie de fuerza de atracción o gravedad psicológica que aumenta a medida que se incrementa la intensidad de la relación y la duración de ésta. Esta fuerza psicológica es la que determina la formación de los distintos tipos de vínculos afectivos entre las personas: compañerismo, amistad, amor, cariño.
Pero la creación de estos vínculos afectivos comporta un acercamiento a la esfera de lo personal entre las partes, esto es, la relación genera un espacio común que supone una pérdida de privacidad, de intimidad, que va aumentando desde el simple compañerismo hasta el amor conyugal, y eso puede traer consecuencias negativas si no existe una correspondencia entre el tipo de vínculo y el grado de privacidad que cada parte está dispuesta a ceder (por ejemplo, en las relaciones de pareja la privacidad individual debe reducirse en favor de un mayor espacio común). Cuanto mayor sea el número de asuntos compartidos (mayor espacio común) y más ecuánimes las prestaciones, más intensa y gratificante será la relación y, en sentido contrario, cuanto menos cuestiones sean comunes y más asimétricas las prestaciones, mayor será la posibilidad de ruptura o conflictividad.
Elementos a tener en cuenta para tener buenas relaciones interpersonales
Para establecer una relación interpersonal duradera y saludable, además de la coincidencia en asuntos y sentimientos, es necesario la confluencia armónica de otros factores:
- Las características de las personas que intervienen
- El contexto en el que se desarrolla (familiar, social o laboral)
- La comunicación entre las partes
Las personas que intervienen en las relaciones interpersonales
Para saber si una relación iniciada tiene probabilidades de ser estable y duradera es necesario el conocimiento del otro: sus ideas, sentimientos, deseos, necesidades, intenciones, intereses, objetivos, creencias, valores morales, etc., esto es, saber cómo piensa, valora, siente y actúa ante determinadas situaciones de la vida cotidiana (en el ámbito de la psicología se utiliza la teoría de la mente -iniciada por Gregory Bateson- para designar la capacidad de atribuir pensamientos e intenciones a otras personas). Esta habilidad mental sirve para pensar y reflexionar sobre qué saben, piensan y sienten los demás. Sin esta capacidad es complicado relacionarse y mantener relaciones sociales satisfactorias y de calidad. En este aspecto, la teoría de atribución del psicólogo Fritz Heider (1958)[2] sirve para evaluar cómo la gente percibe su propio comportamiento y el de los demás. Trata de analizar cómo explicamos el comportamiento de las personas y los acontecimientos de la vida.
En este aspecto, es importante prestar atención a las atribuciones que hacemos. La atribución, cuando no es acertada, es un factor capaz de provocar tensiones, e incluso la ruptura de la relación. Frecuentemente hacemos atribuciones causales de los pensamientos, sentimientos o acciones del otro de forma errónea, debido probablemente a introducir sesgos emocionales y/o distorsiones cognitivas en la interpretación de los sucesos. Un error habitual de atribución es la tendencia humana a atribuir las conductas a factores internos de la persona, ignorando o minimizando la influencia de los factores situacionales.
En este sentido, la teoría de la atribución de Edward E. Jones y Keith Davis (1965) y su modelo de "inferencia correspondiente" señala que hacemos inferencias correspondientes cuando creemos que determinadas conductas de una persona se deben a su forma de ser. Según esta teoría, cuando las personas ven a otros actuar de cierta manera, buscan una correspondencia entre los motivos y sus comportamientos. Para evitar estos errores cabría preguntarnos: ¿podía haber actuado de otra forma?, ¿tenía libertad de elección?, ¿era consciente de las consecuencias de su acción?
Igualmente, es fundamental que exista entre las personas relacionadas una correspondencia en las cualidades personales que contribuyen de forma específica a la relación, esto es, que sean adecuadas y compatibles para el tipo de relación que mantienen.
- Por ejemplo, aunque coincidan en el interés por ciertos asuntos, una persona optimista no congeniará mucho con una pesimista, o una introvertida con una extrovertida, o una ambiciosa con otra comedida. En este aspecto cobra importancia el estilo concreto que cada persona expresa en la relación (asertivo, pasivo, distante, manipulador, etc.) que deberá ser el adecuado para mantenerla viva y satisfactoria, aunque, generalmente, la mejor opción es el estilo asertivo.
El entorno en que tiene lugar
Se refiere al contexto (personal, familiar, laboral, social, cultural, comercial, etc.) y a las circunstancias externas que concurren en la relación. Está demostrado que una persona puede actuar de una forma en un contexto concreto (por ejemplo en la familia) y de forma distinta en otro diferente (con los amigos o compañeros de trabajo). La importancia del entorno ha sido resaltada por Kurt Lewin[3] en su teoría de campo al señalar que “el individuo y el entorno nunca deben verse como dos realidades separadas, son dos instancias que siempre están interactuando entre sí y que se modifican mutuamente” (por ejemplo, Jacobson y Christensen -1996- señalan que la resolución de numerosos problemas de pareja se consigue mejor cambiando el entorno cuando es de éste donde surge el estimulo perturbador, que cambiando la conducta problemática, pues ésta es una consecuencia del estímulo y en cuanto éste aparezca se repetirá la misma conducta de respuesta). Siguiendo esta premisa, una reflexión interesante que se debería hacer es: ¿el tipo de relación que mantenemos es adecuado para el entorno en que tiene lugar? (una relación personal puede ser adecuada en un entorno familiar pero no en el laboral; o ser normal en familias de una misma creencia religiosa, pero “tóxica” entre familias de creencias distintas).
La comunicación y las habilidades sociales
El elemento primordial en que se fundamenta una relación es la información que se trasmite sobre los asuntos afines, por lo que adquiere una gran relevancia la forma en que comunicamos nuestras ideas, expresamos emociones, intenciones y actitudes a la otra parte (claridad, veracidad, transparencia); y para que ésta sea eficaz debemos fijarnos, además de la idoneidad del contenido, en que sea adecuada la forma en que se transmite esta información (un ejemplo es la dificultad de muchas personas para comunicar sus emociones).
Cómo mantener buenas relaciones interpersonales: conclusiones
Para que una relación personal sea estable y saludable debe apoyarse en aquellas cuestiones que sean afines y dejar a un lado las que no lo sean, intentando no sacarlas a la luz durante la relación, de esa forma evitaremos las desavenencias y los conflictos interpersonales.
Además, la relación personal se consolida a medida que la afinidad aumenta cuantitativamente (muchos aspectos comunes) o cualitativamente (pocos pero trascendentes). Al mismo tiempo, la vivencia de la relación debe ser gratificante y generar satisfacción a las partes, y eso no se consigue sin la existencia de una reciprocidad compensatoria entre lo dado y lo recibido (esto exige compromiso y cumplimiento de las expectativas).
A este respecto, sería aconsejable seguir el consejo de André Compte-Sponville: “esperar un poco menos del otro y amar un poco más”.
Asimismo, Epicuro ya planteó como ética de la reciprocidad el “minimizar el daño, de los pocos y de los muchos, para así maximizar la felicidad de todos”.
Posteriormente la idea se transformó en el conocido principio moral universal denominado regla de oro que puede expresarse así: “trata a los demás como querrías que te trataran a ti” (en su forma positiva); o “no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti “(en su forma negativa).
Este artículo es meramente informativo, en Psicología-Online no tenemos facultad para hacer un diagnóstico ni recomendar un tratamiento. Te invitamos a acudir a un psicólogo para que trate tu caso en particular.
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- Kelley, HH y Thibaut, JW (1978). Relaciones interpersonales: una teoría de la Interdependencia. Nueva York: Wiley-Interscience.
- Heider, Fritz (1958). The Psychology of Interpersonal Relations
- Lewin, Kurt (1997). Resolving social conflicts: Field theory in social science. Washington, DC: American Psychological Association.
- Bateson, Gregory. Pasos hacia una ecología de la mente. Editorial Lumen 1980